

La tierra de la Alhambra nos plantea una ciudad diferente, aún hoy se percibe la preponderancia de las culturas del norte de África sobre la castellana. Es algo difícil de explicar, pero así es. Sus calles, de complicado diseño, el carácter de la ciudad y sus habitantes, los olores, el color,… un mezcla de factores, quizás una posición geográfica, tal vez el cúmulo de historias y leyendas… un algo indecible que nos embauca hasta que nos rendimos a sus pies, como la vega que cae sobre la sierra blanca y nos lleva al mediterráneo más tropical. Él ajeno se siente en casa, una casa que acoge en sus brazos a todo el que la desea, meciéndolo hasta sentir el agua, sentirse el agua. Agua que recorre la ciudad antigua de forma discreta, como esos canales que bañan la Alhambra, llevándonos a una lugar de tranquilidad, de reposo, donde el tiempo no pasa, donde la prisa no llega. Y aquí caemos ante ella, sabiendo que nos ha atrapado con la misma delicadeza, con la misma sutileza, que crearon sus leyendas.
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